jueves, 11 de octubre de 2012

Los recortes que nos quedan

Cada mañana, cuando me levanto, me doy cuenta de que nos han quitado algo.

Después del desayuno, al limpiar las migas del pan, siempre descubro nuevos recortes.

Lo peor de todo no es lo que se ha perdido: lo que se perderá sigue intacto: "y lo que queda...".

Parece que hay una especie de ética en todo esto: si se sufre, estaremos haciéndolo bien. Es como el "si escuece, es que se está curando".

Nos debemos de estar curando porque, más que escocer, jode.

Se me ha ocurrido que, para acabar más rápido con la crisis (¡más rápido!), podría haber dos señores en la puerta de nuestras casas que, cuando saliéramos, nos dieran dos tortas con la mano abierta. Con brío y muy trajeados. Señores con manos muy grandes.

De esta manera empezaríamos el día más mentalizados, en caliente, preparados para esta nueva ética. A sufrir, con marcas rojas de dedos en la cara que hagan la bandera de España con nuestra amarillenta piel de octubre. A posar en la cola del paro o en la oficina en la que permanecemos nuestros últimos días.

Las marcas se marcharían al caer la luz, dejando la piel en reposo para el día siguiente.

Los fines de semana, para los que salen, habría, entonces, cuatro tortas.

Son ganas de quedarse en casa.