jueves, 4 de septiembre de 2014

De cuando el calor nos hacía felices...


El viento es bastante cálido para ser septiembre. Recuerdo que, hace varias décadas, me entristecía ligeramente cuando el aire comenzaba a tornarse más fresco: era una de las primeras señales de que los tiempos de piscina estaban caducando hasta el año siguiente. Junto con ese aviso llegarían los de mi padre/madre, con esa pose autoritaria de quien parece que disfruta con la prohibición cercana. De ahí hasta el cuarenta de mayo mediaría un lapso en el que la piscina se convertiría en un museo abandonado del verano.

Lo cierto es que hoy día, que la temperatura de agosto pugne por sobrevivir a septiembre no me inspira alegría alguna. La razón: en la piscina poco puede hacerse ya. Los treintañeros no podemos jugar al "tiburón", como hacíamos cuando éramos chicos. El tiburón se la quedaba y tenía que pillar al resto de los niños, que solo podían salirse de la piscina y dar tres pasos como máximo. A veces, uno de los críos, a punto de ser pillado por el tiburón -que no podía salir del agua- saltaba a la piscina por encima del escualo, dándole un ligero capón en la cabeza. Aquello equivalía a un triple de la NBA, como poco.

La verdad es que el juego se enriquecía mucho cuando se la quedaba el oprimido con causa de la urbanización. Pongamos que se llamara Antonio Camembert. Cuando Camembert se la quedaba, el número de jugadores se duplicaba automáticamente: todo el mundo quería disfrutar de aquel momento. De hecho, el juego del tiburón -y otros muchos como la liebre o el escondite-  bien podían ser interpretados como un decorado que esperaba a que Camembert se la quedara. De ahí a que abandonara el juego llamando a gritos a su madre mediaba un orgasmo infantil, una orgía de gritos y de adrenalina que ni la mejor bebida alcohólica podría procurarnos hoy en día.

La verdad es que, recordando aquellos días, creo haber dejado los momentos más creativos de mi vida: la vez que secuestramos a un niño pequeño sin pedir rescate, cuando lanzamos un pollo frito a los bloques de enfrente... Nadie premia este tipo de proyectos de I+D. Probablemente por eso marchamos a la cola de la recuperación de una crisis que no quiere marcharse, y que nos sigue acechando como un tiburón difícil de sortear.

Creo que hoy voy a esperar un rato en la puerta de la urbanización, por si alguien quiere seguirme. Podríamos planear un secuestro, ir a la pollería o buscar tiburones.

PD1. Hablando de tiburones, el presidente del BCE, Mario Draghi, acaba de poner casi gratis el precio del dinero para los bancos. Eso quiere decir que el peligro de deflación está más cerca. Lo que ocurre, en realidad, es que mucha gente de los países periféricos está muy pero que muy pobre, y las cosas no aumentan de precio, dada la falta de demanda. No sé si poniendo el crédito gratis nos va a llegar la sangre al cuerpo, pero se trata de otra medida no ortodoxa que indica que la crisis no ha pasado aún. Señal de esto último es que los parados son más que en julio. Empieza un curso político interesante.

2 comentarios:

Pedrortega dijo...

Bueno... yo sigo jugando, lleno de ilusión y risas, al tiburón todos los días :) El secreto para volver a jugar después de los 30 es bien sencillo: ser padre. ;)

Edelmino Pagüero dijo...

Tienes razón, amigo. Jejejeje!

Supongo que es lo que buscabas, en el fondo, volver a jugar al tiburón...