martes, 21 de julio de 2015

Y lo peor es que no es el mundo al revés...

Si Alexis Tsipras hubiese sabido cuando ganó las elecciones que iba a acabar "consiguiendo" un acuerdo para Grecia como el que "logró" hace un par de semanas, probablemente se hubiera pellizcado con fuerza, deseando estar en una pesadilla.

Ahora que el impacto de la noticia ha decrecido, conviene reflexionar sobre lo que esto quiere decir, de manera independiente a las reflexiones partidistas e ideologizadas de los distintos bandos y tribus urbanas existentes.

Tendría razón, en cierto modo, el partido Syriza, si argumentara que no ganó las elecciones para luchar contra el mundo entero. Pero lo cierto es que, por la fuerza de los hechos debe deducirse que no la tiene. El sistema capitalista globalizado debe entenderse como una red de relaciones entre distintas entidades y actores. Y Grecia, el Estado griego, es solo uno de ellos. Por lo tanto, para "gobernar" hoy día, hay que tener en cuenta que un Estado democrático es legítimo y puede ser un ejemplo para el mundo, pero no debe olvidar que constituye solamente un nodo de una red mundial de intereses, de entidades y de países profundamente interrelacionados. 

Por esta razón, al "Estado canalla" griego se le cortó la financiación. Los planes de rescate, que a buen seguro han servido para europeizar buena parte de la deuda privada y ganar tiempo, han aislado y debilitado aún más a Grecia. Partiendo de este punto y con la nula credibilidad de dicho Estado, Tsipras solo podía ponerse de rodillas a suplicar un trato deferente. Como hizo todo lo contrario, la sanción ha sido aún más penosa.

Al final, tenemos una lección dudosamente democrática: en un proceso transparente, un gobierno con las mejores intenciones obtiene un bloqueo financiero y, posteriormente, un acuerdo lesivo para su población. Probablemente se recuerde al de Syriza como el gobierno más perjudicial de la historia de Grecia. Parece el mundo al revés, pero no: es lo que ocurre si decides nadar en dirección contraria al oleaje.

Lecciones para no dormir y para no disentir: se nos crea una lógica, casi con un soporte matemático, que nos "enseña" lo que es correcto y lo que no. Poco importa a estas alturas que Mario Draggi, presidente del BCE, trabajara para Goldman Sachs, que maquilló las cuentas griegas para desdramatizar su déficit público; que el ex presidente del banco central griego y ex primer ministro impuesto por la fuerza, Lukas Papademos, trabajara también para Goldman (y el presidente del Banco Mundial, si no tenemos en cuenta a los que vienen de Lehman Brothers, de Barclays, de Nomura...); que las finanzas públicas se hagan ahora cargo, vía deuda soberana, de los créditos basura que los Lehman, los Goldman, los Deutsche Bank y los BBVA quemaron al principio de la crisis. Y todo para que nos den lecciones calvinistas sobre malditas hormigas que ahorran mientras las cigarras se lo gastan todo. No es la economía, sino el poder, lo que determina buena parte del resultado final. Hasta que no seamos capaces de ver esto, seguiremos en el pensamiento mágico, cosa de hace ya muchos siglos.

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