El verano no se marcha, pero, a partir de esta fecha, comienza a hacer amagos.
Pequeñas bajadas de temperatura, seguidas por trombas de calor, que nos recuerdan -es raro- a un tiempo que viene precisamente después. En este sentido, el futuro deviene pasado durante un instante; un lío que se entiende gracias a una auténtica locura con sello científico: vivimos en un mundo redondo que da vueltas sobre sí mismo durante todo el tiempo.
Y llegará el otoño y solo lo será cuando lo digan en los informativos.
Pero muchos ya nos vestimos con ese traje. Lo deseamos para luego ponerlo verde cuando llegue. Odiar la vida nocturna y los cambios de temperatura. Los vientos y la lluvia. La cara de la gente. Personas que no quieren trabajar y que, desde luego, no quieren hacerlo donde lo hacen.
Y la playa, que ya no es para nosotros, se vuelve un territorio hostil, al que no acudimos durante meses para no pensar en qué estación estamos, y en la que vendrá después.
Y eso que todavía nos encontramos en agosto, aunque nos acerquemos ya a la mitad.
Aunque en Antena 3 muestren termómetros a 42 grados, no nos engañemos. Las hojas secas están ya al acecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario