lunes, 14 de septiembre de 2009

¡¡¡Mi primer día de colegio!!!


Son recuerdos difusos y es posible que lo que voy a contar para un día sucediera en distintas jornadas. El caso es que revivo claramente tres o cuatro cosas de la primera vez que asistí al colegio, en 1984, según me confirman mis padres, previamente preguntados por ello, y después de mirarme con una ya acostumbrada extrañeza:


Subí un montón de escaleras y me parece que iban mi padre y mi madre conmigo. No sé qué horario tenían aquel día -de trabajo, ellos ya habían terminado el colegio- y si se lo saltaron, pero el caso es que fui bien acompañado. Sobre la subida y la dureza de esta no me queda nada: no descarto que me subieran en brazos ni tampoco que me quisiera hacer el hombre y tragarme con cuatro años -en diciembre y estábamos todavía en septiembre- toda la ristra de escalones que nos amenazaban desde abajo, desde casa.


Al llegar a nuestro destino nos recibió alguien que era muy simpático o conocía mucho a mis padres: es decir, que era un gilipollas a todas luces, porque mis padres no conocían todavía a nadie de la institución. El caso es que, desde abajo, desde mi altura, noté cómo el individuo les venía a asegurar que todo estaba controlado. Un gilipollas. De fondo, a lo lejos, pude ver a una vecina mía, gorda en la actualidad, que prometía estar muchísimos cursos por encima de mí. Espero que ahora le vaya muy bien y que lo haya aprobado todo.


La entrada a la clase la recuerdo confusa pero sí puedo asegurar algo: fui el último y la sesión, o lo que fuera, estaba ya empezada. A partir de ahí me planteo algunas hipótesis: es posible que no fueran solo minutos sino días; que hubiera cogido algún virus o resfriado antes de la fecha o bien que me hubieran visto demasiado deprimido para ir el primer día a clase. No descarto ninguna suposición siempre que se refieran a enfermedad, miedo o fluidos corporales con ropa puesta.

El caso es que entré y era el nuevo. Una profesora, que luego se sabría quién era, me prometió lo que yo creí que era "un fuego". Aquello me entusiasmó: yo no era tonto y me hacía cargo de que llegar al colegio el primer día y hacer "un fuego" era toda una suerte, una señal de los dioses, una demostración de que el colegio no tenía nada que ver con lo que mis malditos padres me habían dicho. Pero no se trataba de eso -quizá en las Ikastolas...-, ni mucho menos. Lo que había hecho la maestra era decirle a un compañero -que se ha convertido en un amigo al que aprecio y admiro en la actualidad- que me acercara "un juego". Recuerdo una cierta desazón.


Mi primera salida de clase no fue buena, porque ya había gente ingeniosa en el colegio, con buenas ideas y proyectos que llevar a cabo con efectividad. Unos niños que yo consideré mayorcísimos nos esperaban a la salida para asustarnos. Éramos nuevos en la vida. Lo sabían. Conmigo dieron con el más adecuado probablemente. Eran tres: dos hacían de buenos, el tercero estaba desbocado. Este estaba tan crispado conmigo que los otros dos, que probablemente querían pegarme también, tuvieron que consolarme al verme al punto de sufrir una embolia. Llegaron a pedirme perdón por aquel loco pero recuerdo que el infecto agresor no cambiaba de actitud y prometía incluso más. Supongo que es la causa de muchos de mis problemas actuales, pero espero que hayan podido dar con él, o que incluso se trate que el conocido como Antonio Anglés, desaparecido en algún mar y enfermo terminal.


Y nada más del primer día, que dio para mucho. A partir de ahí tengo que deciros que conseguí faltar frecuentemente a clase: tenía frío, miedo al niño ese y a otro que "me veía" -sí, eso mismo, doctor-. Recuerdo a mi padre de joven cabreándose a la entrada del colegio y devolviéndome a casa, donde me comería unas galletas María y montaría algún plan alternativo al colegio: ver la tele, colorear, llorar. En cierto modo no he cambiado, aunque mi padre tiene jodida una vértebra y ya no puede cargar físicamente conmigo. Dicen que a Borges, con setenta años, lo bañaba su madre todos los días, de entonces noventa. El caso es hacer algo muy muy bien y merecérselo...

1 comentario:

Fet dijo...

Pues si le hago eso a mis viejos me curten a hostias, vamos.
Yo también tengo unos cuantos hitos vivenciales infantiles que me niego a olvidar.