martes, 6 de octubre de 2009

¿Que me pusiste los cuernos?

Me encontré el otro día en sueños a mi primera novia.

Yo subía hacia una plaza en la que había un teatro, mientras ella bajaba acompañada por otra chica. Yo era unos cincuenta centímetros más alto de lo que suelo ser durante la vigilia - supongo que un psicoanalista amateur haría una fácil deducción a partir de esto-.

En el momento de cruzarnos, las oí cuchichear: "¿Ves?, a este fue al que le puse los cuernos cuando salíamos."


Mi gesto fue de contenida sorpresa: no me lo esperaba, pero era algo que podía haber pasado perfectamente, por qué no. Además, mi primera ex lo había dicho precisamente en ese momento a propósito, como para que yo acabara enterándome -vaya momento, cuchicheando y en un puto sueño, apunté en un principio...-.


Reaccioné sin pensarlo siquiera, con la pausada seguridad que da el ser el que dirige esas magníficas obras creativas que son los sueños, y la llevé aparte.


- He escuchado lo que has dicho, le espeté sin contemplaciones.


- ¿Ah, sí? Pues ya lo sabes, algo que me ahorro en repetirte. Pero bueno, han pasado diez años y esas cosas prescriben, ¿no?.


- Pues siento decirte que no -y en esto pretendía sorprenderla-. No, si sabes viajar en el tiempo o tienes contactos a lo largo de él. Para tu información, te voy a adelantar algo que probablemente no te esperas: mantengo hilo telefónico con mi yo de entonces y pienso informarle detalladamente de todo lo que he podido saber el día de hoy.


Al otro lado, en la calle, no había nadie ya. La plaza había quedado desierta y yo había perdido mis cincuenta centímetros de más.


Volví hacia algún lugar que debía de ser mi casa en aquel sueño, quizá esperando a que cambiara la temática o variara el escenario. "Se lo tengo que contar", me dije, no siendo consciente de que mi estrategia podía bien volverse en contra de mi yo anterior, y por tanto y en consecuencia, de mi yo presente.


No sabía si hablar con mi yo del principio de la relación con la chica o hacerlo con el yo de un poco más tarde, un yo más celoso, más encabronado, más despechado. ¿Qué le diría para prevenirle? ¿Acaso no acabaría con aquella inocente relación de un tajo? ¿Y si mi yo más joven no pudiera, por mi culpa, siquiera llegar a disfrutar de ella? ¿Acaso me pedía este que esgrimiera mi jodido orgullo viniendo de tan lejos?

Dudando, seguí en dirección a alguna parte, esperando que el aire se hiciera algo más espeso y pudiera llegar a mi casa, como todos los días, volando discretamente por encima de los coches que pueblan la carretera a estas horas de la noche, y aterrizar en la puerta de mi casa, donde me esperarían, como siempre, mis amigos de la infancia, jugando con dedicación. Es una costumbre que he aprendido a reproducir en estos afortunados períodos oníricos y que algún día me gustaría proyectar a eso tan aburrido y frustrante que llaman "la realidad".


Por ahora no me he puesto en contacto con mi yo de hace unos diez años. Prefiero que no sepa nada. Porque ni siquiera yo doy ya validez al mencionado encuentro, pues los figurantes en nuestros sueños deben de ser meras proyecciones de nuestros sentimientos, inquietudes, sensaciones... En alguna ocasión hemos hablado en este blog de los viajes en el tiempo. Son peligrosos y luego lo tiñen todo de oscuro. Mejor dejar muchas cosas como estaban, sin dejar de volar con tan prometedores aterrizajes.

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