jueves, 1 de abril de 2010

La vuelta a casa

Me dicen que no sea tan pesimista, que hable también de las cosas buenas.

Como es la única sugerencia que tengo -igual no cuento con más lectores-, cambiaré de tercio, pero dentro de la misma línea argumental. Esto es, me salto el coito y pongo la escena de después de follar, con el chico y la chica fumando o rememorando las mejores jugadas de la secuencia que no nos han dejado ver.

Vamos... que sí, que no nos ha ido muy bien y volvemos, con unos cuantos años más de los que quisiéramos, a casa de nuestros padres.

Como diría Lenin si volviera a casa de sus padres: ¿qué hacer?

Porque el joven y no tan joven que vuelve a casa de sus padres, aunque está dando este paso, aún no ha llegado a lo que también Lenin llamaría una "toma de conciencia", conciencia de clase, o de pertenecer a una familia que te permite volver, o que puede permitirse que vuelvas a casa sin aportar mucho o nada económicamente.

Esta es una enorme suerte con la que muchos contamos; pero, precisamente, como contamos con ello, la damos por hecho -la 'descontamos', dirían en Bolsa- y no la apreciamos. Al final, su 'valor' acaba por debajo de su 'precio'. Ya veremos qué significa cada una de estas cosas.

Dicho esto, y por las razones expuestas, cuando volvemos a casa -sea definitivamente, por un tiempo, un fin de semana o un mes...- vamos a tender a fijarnos en lo negativo: en el precio que tenemos que pagar por sentirnos 'seguros'.

Para ello -para quejarnos, vamos- contamos con un amplio abanico de objetivos: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros vecinos, y un montón de gente que nos encontraremos por la calle y nos recordará nuestra nueva situación o, peor, la antigua. A ello vamos a dedicar los próximos posts que, dejando un poco atrás el necesario pesimismo, irán cargados del suficiente realismo como para que el pesimismo parezca un ingenuo ejercicio de positividad.

No hay comentarios: