miércoles, 31 de marzo de 2010

Una generación, en cuestión (VII)

Lo peor de todo es pensar que los títulos que tienes son solo eso: títulos, meras representaciones de unas supuestas aptitudes que te deberían permitir desempeñar un determinado puesto. Acumulamos títulos con un auténtico Síndrome de Diógenes -nuestros currículums están llenos de cursos inútiles que no obstante incluimos 'porque todo suma'-. Sumando y sumando tratamos de aumentar nuestra superficie de conocimientos que al final no son tales, sino representaciones de papel por las que se supone que tenemos que saber hacer una serie de cosas...

... una serie de cosas que nunca nos van a pedir, como, por ejemplo, ver un acontecimiento de la manera más objetiva posible; aplicar la ética a un análisis; utilizar la lógica en la resolución de un problema; estudiar alternativas; compartir críticas; redactar informes exhaustivos sobre errores cometidos y posibles soluciones...

El tiempo juega en nuestra contra y nada de esto vale. Lo mejor es hacer las cosas un poco mal para poder sobrevivir y no incomodar a nadie. Esta conclusión la saca cualquier joven trabajador un mes o dos después de entrar en su primer o segundo puesto de trabajo. Hacer las cosas bien es, en principio, inútil.

Y nos encontramos con que hemos dedicado mucho tiempo a aprender una teoría que no se aplica y otro mucho a utilizar unas prácticas que jamás contaríamos en una nueva entrevista de trabajo.

¿Qué nos queda? Un cabreo y una cara de tontos que no nos dan de comer. Ni autonomía ninguna.

No hay comentarios: