viernes, 21 de mayo de 2010

Globalización, posmodernidad e impuestos

Nunca me ha gustado eso de la 'posmodernidad', una especie de fenómeno con el que lo han querido explicar casi todo estos últimos años y décadas. Igual que la 'globalización'. Palabras, conceptos 'baúl' que permiten responder a cualquier interrogante de manera rápida y quedar bien. Significantes que sostienen significados excesivamente complejos y que, por abarcarlo todo, pueden no llegar a nada en ocasiones:


"Esto es tan posmoderno..."


"Nada, chico, la globalización, es lo que tiene..."


Recuerdo cómo hace unos diez años le pregunté a una amiga por Internet qué opinaba de la globalización... En ese momento se rió al no poder contestarme; en tal momento me pareció una idiota, una chica simple y superficial incapaz de reflexionar sobre algo abstracto... Ahora ha pasado el tiempo y entiendo que el superficial incapaz de decir nada era yo... Los papeles cambiados...

Pero esto de la posmodernidad, las teorías de Anthony Giddens y la "modernidad reflexiva" o de Zymut Bauman y su "modernidad líquida" me sacan literalmente de quicio. No me las puedo creer. ¿Estamos de verdad ante una nueva era -o estábamos antes de la explosión financiera-? ¿no es la repetición de lo de siempre y de lo anterior, una sustitución de unos grupos dominantes por otros y de la forma en que nos explotan material e inmaterialmente? ¿No es un eterno retorno de lo mismo con otros disfraces?

Me confieso lector de la pesimista Escuela de Frankfurt, de Adorno, Marcuse y Fromm, que, en un momento de crecimiento, pleno empleo y salarios altos, con el Estado de Bienestar de los años cincuenta y sesenta, ya advertían de una especie de 'segunda alienación': la represión de los instintos, la canalización de los sentimientos de las personas hacia formas productivas, al servicio del sistema económico... Se había firmado oficiosamente un 'nuevo contrato social' con la reconstrucción postbélica, pero el motor seguía siendo el mismo: maximizar los beneficios, incrementar el consumo y, sobre todo, no dejar ningún aspecto de la vida ajeno a estas ansias de productividad y rendimientos crecientes. Después de los años setenta, el modo de explotación se dejó ver en toda su plenitud: la caída del Muro fue la de las caretas de los dirigentes de esta nueva modernidad.

Modernidad líquida. Para modernidad líquida la que estamos viviendo ahora mismo: nos encontramos sobre una plataforma de madera agitada por un mar de transacciones financieras infinitas que deciden por dónde va el oleaje: ya no hay comienzo ni fin, ni capitalismo, ni última instancia. No se puede buscar un responsable porque quizá ya no lo haya. Porque tal vez lo seamos todos en cada uno de nuestros movimientos. ¿Cómo salir de 'la crisis'? ¿De qué crisis, cuándo comenzó?

No obstante, como dijo Jean Baudrillard, que la Guerra del Golfo no existiera no significa que allí no estuviera muriendo gente bajo los bombardeos...

Algo tendremos que hacer, ajenos a estos Gobiernos, mercenarios y administrativos de los financieros, que comienzan por fin a enseñar los dientes. Cuanto antes veamos a la bestia mejor la conoceremos.

En un contexto como tal, de liberalismo totalitario, de colapso liberticida de las libertades, el impuesto se convierte en un arma revolucionaria. No hay atentado terrorista que supere su subversión: todo lo contrario; los asesinatos de estas bandas y grupos no hacen sino reforzar el orden existente, liberal y opresivo.

En este círculo vicioso interminable y absorbente, la única salida es embarrar, llenar de tierra las ruedas del motor que hace girar la bola. Un tanto por ciento, una tasa para romper la pesadilla y comenzar por el principio: no importa si nos lleva a una situación peor. Debemos acabar con el simulacro de realidad para encarar lo que vivimos realmente. La crisis es nuestra inesperada aliada para romper con el sueño temblón y sudoro de la falsa opulencia y el crédito que nos han 'guiado' durante los últimos años.

"Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para atarlos en las tinieblas". Un impuesto que acabe con el hechizo... Una guerra -'cien Vietnams'- contra la mentira, contra la palabra podrida, contra 'la lengua que habla y piensa por ti'...

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