Too big to fail! (I)

Siempre, pase lo que pase, es mal momento para plantear cambios.

Supongo que todos lo hemos experimentado, por ejemplo, al pedir un aumento de sueldo o una mejora en nuestras condiciones laborales. Cuando se establece ese juego de suma cero en el que para ganar algo tienen que perder "los de arriba", las circunstancias dibujan un decorado que invita a esperar a la siguiente escena, o capítulo...

En este sentido, la crisis, cuyo estallido oficial se produjo en 2007, es un inmejorable escenario para posponer cualquier decisión que suponga repartir o redefinir unas condiciones en principio poco satisfactorias para alguna de las partes.

En definitiva, parece que lo que se está cociendo es demasiado importante como para perturbarlo con nuestras demandas, porque, si estas persistieran o se intensificaran, lo que permite que las otras se satisfagan podría quedar irreversiblemente dañado. Es la doctrina del "Too big to fail", demasiado grande para caer: no molestar a la gallina de los huevos de oro para que siga trabajando exitosamente, aunque en sus descansos nos llene absolutamente toda la casa de mierda.

Y, si es necesario, comeremos mierda.

Pues algo así viene sucediendo en el campo macroeconómico desde siempre: cuando crecíamos, las demandas para expandir el Estado del Bienestar, repartir mejor las cargas fiscales, aumentar nuestros derechos o para cambiar nuestra pauta de crecimiento podían afectar al ritmo de aumento de nuestra producción, con lo cual era preferente "ser prudentes" y postergarlas a fin de encontrar un mejor momento.

Era obvio que ese momento siempre se pospondría por un motivo obvio: no existía tal instante.

En eso se produjo la caída de Lehman Brothers, el 11-S de la Banca, y llegamos a la mejor oportunidad para exigir un cambio radical de las cosas. Fue entonces cuando el "Too big to fail" se impuso con más fiereza que nunca. Esa ferocidad será explicada en la próxima entrada, si Dios no lo remedia. Dios es, también, y por supuesto, "Too big to fail".