jueves, 9 de septiembre de 2010

Historias del metro... para no dormir

El metro en hora punta... Son las nueve de la mañana y el trayecto es largo. Cruce de vidas, corrientes de libre albedrío en las que las almas se ven enfrentadas cara a cara en cuestión de minutos, segundos... Mi libro está abierto por el capítulo de anoche.

De repente, allí está ella. Desconocida pero familiar al mismo tiempo. ¡Y está leyendo el mismo libro que yo! Creo que ha llegado el momento.

Este encuentro es una señal que marcará, sin duda, nuestro futuro. El limbo metropolitano va a ver nacer un estallido de vida, de amor, de... Impulsivamente, mientras sonrío, le muestro la portada del libro.

Un hierro frío recorre cruelmente mi columna vertebral. Me mira con desagrado y su novela no es ya la misma: ahora me amenaza con un volumen gordísimo, mientras me dice:

- No quiero más paletos cursis en mis vagones. El metropolitano es un tren a menudo maloliente en el que conviven los que no tienen otro remedio que ir así al trabajo. Tu romanticismo adolece de una creciente y lacerante falta de sexo gratuito y perjudica seriamente a los demás, mucho más que el tabaco. ¿Qué hubiera pasado conmigo si yo hubiera sido la chica que tu buscabas, tan inocente, tan... 'complementaria'?

Sin darme tiempo a contestar, la mujer, notablemente envejecida y desgastada, continuó en el mismo tono:

- ¡Mírame cuando te hablo y, por favor, mírame a mí y no a esa otra que te has inventado tu solo! No soy ni una chica ni un chico. Soy el Metro. Yo no sé qué os ha dado conmigo, con la poesía, con el amor y con el maldito libre albedrío. Hay que ser patético para querer ligar aquí, cuando de lo que en realidad se padece es de una falta de confianza en uno mismo que da miedo, y que, lejos de tratarse adecuadamente, se adereza con productos de Hollywood, con el alcohol y con una concepción del amor y de las chicas en especial que en el futuro será condenada por la Carta de Ginebra. ¿Es que no sabes a dónde conduce todo esto, después de cientos de años perdiendo el tiempo con estos circunloquios? ¡A ninguna parte! ¡Es una línea del metropolitano sin final, circular, que nadie ha querido construir!

Y así, siguió un buen rato:

- Lo que no puede ser es que tú y los ochocientos paletos que se suben una vez al año se dediquen a escribir e incluso pensar 'pavadas' como esta. Si existe el amor, será mucho más 'aburrido' de lo que tú te crees y de lo que te mereces. Y no lo vas a encontrar precisamente en el Metro. Deja, por favor, de buscar mujeres 'complementarias' a tus obsesiones: al final, te irás con la que te quiera aguantar, no con la que encaje en tu alma 'como una pieza de un puzzle': ¿y de quién es el puzzle? Que conste que no te dejo en tierra para que no le des el coñazo a más gente.

Mi parada -ya no me acordaba de cuál era, ni siquiera de para qué me había subido al metro esa mañana- había pasado hacía ya rato. Cuando volví a mirar a la señora de enfrente, se había marchado.

En su lugar estaba la joven anterior, leyendo la misma novela que yo acababa de cerrar, entre sudores, tras el susto. Ahora era ella la que me miraba: se había dado cuenta de que éramos dos lectores de una misma obra, perdidos en un mar de personas luchando contra el aburrido ritmo cotidiano de la vida, una isla de locura en un mundo excesivamente cuerdo. Me enseñó la portada sonriendo. Miré de reojo mi mochila, guardaba un 'Superhumor' del año 97. Tenía tapa dura...

No hay comentarios: