sábado, 25 de septiembre de 2010

Un día en los mercados

Últimamente se habla mucho de "los mercados". Quizá por eso, o tal vez porque la nevera llevaba demasiados días vacía, decidí ir a una galería que arranca cerca del piso donde resido en Madrid. La tierra te traga literalmente cuando accedes al pasadizo y, al final de la gruta, puedes encontrar diferentes tipos de alimentos. Es una excursión segura y sin sobresaltos, pero no deja de ser un viaje.

Contrariamente a lo que diarios como 'Cinco Días' o 'Expansión' afirman, en este mercado no había gráficos que indicaran los movimientos de la Bolsa española; los trabajadores que llevaban a cabo su faena allí parecían bastante ajenos a la evolución de los principales índices y empresas españolas.

Frente a los concentrados 'brokers', ansiosos en jornadas que prometen grandes pérdidas o ganancias, los trabajadores de este mercado intercambian impresiones con sus clientes sobre un tipo u otro de carne. Algunos celebran la llegada de un anciana a la que no se le veía el pelo "desde hacía años". Probablemente el frutero, o el carnicero, la habían dado por fallecida, por lo cual su reaparición equivale a una especie de vuelta del más allá o renacimiento precario. No conviene hablar de la muerte rodeado de alimentos.

Los actores principales de este lugar no se quedan en el intercambio comercial o en la conversación especializada sobre las distintas mercancías. Uno de los carniceros ponía excusas para no tomar, probablemente una cerveza, con uno de sus clientes, que le preguntaba acompañado por su hijo. En cambio, este troceador de tripas lo emplazaba a un futuro partido de tenis, o de pádel. De igual a igual: el hecho de que el primero sostuviera casi amenazadoramente un gigantesco cuchillo frente al segundo no arredraba al padre de familia: la sombra del trabajador proyectada sobre la pared mostraba un gesto simpático hacia su contertulio, en el que no aparecía ninguna arma cortante. Cuando dudemos de alguien, sobre todo en los mercados, conviene fijarnos en su sombra.

Y llega la vuelta a casa: este tipo de lugares siguen un rito y se visitan con una determinada frecuencia; casi siempre encuentras las mismas caras, que acaban por recordar lo que sueles pedir. Nada de medios de comunicación, ni grandes sobresaltos. Aquí no se deciden los destinos de un país, ni la congelación de las pensiones de los más veteranos. Ni siquiera el hombre del gigantesco cuchillo puede hacer cambiar al presidente del Gobierno de política o, peor, de opinión. ¿Qué nos mostraría la sombra de nuestro presidente si entrara en esta galería? Por algo pisan poco estos sitios en campaña.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada vez que voy al supermercado me sorprendo de la evolución que han sufrido las etiquetas de los productos.

Antes sólo te informaban del precio de aquello que pensabas comprar, ahora, además del precio, te indican el coste de cada kilo, del precio al que puedes adquirir la segunda unidad, la tercera, la cuarta... Muy bien, muy completo, sólo echo de menos el precio que costaba hace un año (o dos)