
El consumo como nuestro 'mundo de la vida' (II). Consumir, sentir y vivir.
No obstante, este modo de vida que consiste en desear, comprar y pedir prestado para satisfacer lo deseado influye profundamente en nuestra manera de sentir. Esto se puede comprobar con facilidad en lo que entendemos por pobreza: pasar un invierno en casa con mantas para ver la tele, cierta sensación de frío y mucha prenda de abrigo puede representar, para muchos ciudadanos de indudable cordura, un síntoma de precariedad. Pero esto no resiste una reflexión detenida. En este sentido, el confort que produce la calefacción centralizada puede también verse como una necesidad creada en muchos casos en los que la temperatura en invierno no baja hasta extremos alarmantes. La percepción del invierno como un período en el que las bajas temperaturas se compensan con una sensación hogareña de calor a la lumbre artificial de una compañía eléctrica sí parece un comportamiento asociado al modo de vida y de ver las cosas planteado en esta serie de artículos.
Con este ejemplo tenemos una muestra de cómo sentir puede venir influido, no determinado, por el acto de consumo: construimos realidades y sentimientos que vienen en buena parte mediadas por el pago por un servicio o un producto. Esto no nos convierte en marionetas, ya que podemos ser conscientes de lo que estamos haciendo: contratamos, al pagar la tarifa eléctrica, un período "hogareño", que refuerza nuestros lazos familiares y que incluso nos producirá nostalgia en un futuro. Se trata de una transacción de un sujeto consciente de lo que hace y una empresa también plenamente concienciada de sus objetivos.
Se presenta aquí, como en otros casos, el problema del ser o no consciente de lo que está ocurriendo. El consumo no es la vida, pero para que esta distancia entre comprar y vivir esté clara, es necesario que tengamos claro lo que hacemos. La alternativa es caer en aquel sueño incesante contra el que clamaba Guy Debord. En este sentido, pensar es vivir.
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