Hace ya
mucho tiempo que, desde distintos grupos y plataformas, se pide la
dimisión del ministro de Educación, José Ignacio Wert Ortega. Se
deduce que quienes exigen su marcha inmediata consideran que tal
hecho es necesario para que se produzca un profundo cambio en las
políticas públicas educativas en España. Por esta razón, sería
de interés prever las posibles consecuencias que tal decisión
tendría en caso de que tuviera lugar; esta reflexión se debe
realizar en un marco algo distinto al cotidiano, considerando que las
personas constituyen actores de vigencia temporal y, al mismo tiempo,
son partes que interaccionan entre sí dentro de una estructura
compleja.
De esta
forma, se puede afirmar que el ministro de Educación, Cultura y
Deporte ocupa una posición social que sirve de enlace a múltiples
instituciones de diverso tipo. Exitoso directivo de empresas
demoscópicas y ex director adjunto del banco BBVA (al que ha estado
vinculado desde 2003 hasta 2010), José Ignacio Wert representa un
buen ejemplo del empresario próspero proveniente de una carrera
inicial en entidades de carácter público (CIS, RTVE) y político
(Alianza Popular, Congreso de los Diputados y Ayuntamiento de
Madrid). El análisis de su perfil profesional nos sirve, por tanto,
para observar la relación que se establece entre múltiples
instituciones públicas y privadas en las que se adoptan decisiones
relevantes para nuestra vida política y social. La biografía
profesional de Wert subraya, por otra parte, un rasgo característico
de nuestros representantes democráticos, como es su carácter
híbrido (político, burócrata, parlamentario, empresario, etc., y
muchas veces todas estas categorías al mismo tiempo).
¿Qué
ocurriría si este importante decisor desapareciera del mapa
político? Aparte del hecho de que seguiría tomando decisiones
importantes en otros terrenos (ha sido presidente de Demoscopia,
Sofres e Inspire Consultores, esta última, empresa colaboradora del
Partido Popular a lo largo de los años pasados), la sustitución de
Wert por otro ministro 'de rostro humano' respondería a las
exigencias de una posición que tiene que lidiar con múltiples
organismos del sector público y privado, para cumplir, además, con
el programa político del partido que gobierna con mayoría absoluta.
Lo más probable es que la marcha del ministro, que muchos tildarían
de éxito en la lucha contra los recortes, consistiera en su mera
sustitución por otro gestor que ejercería, como mucho, un estilo
comunicativo diferente.
Pero no solo
se trata de analizar las relaciones sociales existentes. También hay
que echar un vistazo a los números. La reforma educativa se está
produciendo en el marco de una serie de acuerdos a escala europea
(con un cambio en la Constitución Española aprobado por los dos
principales partidos de la democracia parlamentaria) que persiguen
fundamentalmente la reducción del déficit público y la
estabilización de la deuda a largo plazo. Esto implica recortes y
medidas políticas que suponen y supondrán un encarecimiento
progresivo de los servicios públicos. La ley de Educación es solo
una manifestación de estas circunstancias.
¿Pero es
que los gobiernos no responden a los intereses de los ciudadanos? Por
supuesto: además, necesitan sus votos para mantenerse en el poder
político. Sin embargo, las actuales circunstancias inclinan la
balanza por eso que se ha denominado la consolidación fiscal. Los
públicos, los miembros de la masa o la ciudadanía, como se prefiera
decir, tienen también pendientes una serie de reformas: la
elaboración un programa de políticas públicas coherentes con una
ética ciudadana avanzada y sostenibles a largo plazo, la producción
de instituciones alternativas a las actuales, la reflexión sobre los
errores cometidos en el diagnóstico y en la acción de protesta,
etc. Mientras que 'la gente' no emerja como un colectivo con unos
intereses concretos y una serie de medios explícitos para
conseguirlos, los cambios y las crisis ministeriales solo formarán
parte de las dinámicas internas del poder y del espectáculo
cotidiano y televisivo con el que vivimos todos los días. Wert no
dimite, se queda. Para el caso, lo mismo da. Por ahora.
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