lunes, 24 de junio de 2013

Wert no debe dimitir (II)

Siguiendo la narrativa de los opositores acérrimos al ministro Wert pero que, paradójicamente, andan sincronizados con su ritmo de declaraciones, el titular de Educación y de otras cosas ha afirmado este lunes que un alumno que no tiene más de un seis y medio no merece seguir estudiando.

En principio, esta es una más de las frases de un profesional de la publicidad y de la demoscopia que conoce el efecto que sus palabras pueden provocar en la opinión pública. Inmediatamente, se ha desatado la reacción en-las-redes-sociales y han comenzado a aparecer fotos de Rajoy y Aznar exhibiendo malas calificaciones en su infancia. Previsible. Como el ministro. Como la manera defensiva a través de la cual se responde a las provocaciones del gobierno y de otras autoridades desde hace ya demasiados meses. Vamos, que por no hacer nada, apretamos un botón.

Se consigue, con esto, personalizar la protesta, señalar al jefe de un departamento o a los dirigentes gubernamentales cuando el problema es, en realidad, más complicado: el gobierno desatasca el endeudamiento descomunal por una de las vías por las que se puede extraer más dinero, en un período o etapa del proceso productivo en Occidente en el que, sencillamente, no existen salidas para tantos titulados.

No hay trabajo y no lo va a haber hasta que ese-tipo-de-trabajo-de-antes se convierta en otro-tipo-de-trabajo. O, como diría un ortodoxo de la economía: hasta que España no se convierta en un destino más atractivo para las inversiones. 

Lo que dice el ministro Wert, pese a ser una provocación, refleja un estado de las cosas que no puede postergarse: el tejido productivo español no absorbe a más licenciados y es preciso reconvertir parte de la oferta a los antiguos oficios. Esto puede ser el fin de un sueño para muchos, pero un sueño que, con las condiciones existentes en la actualidad, no tiene sentido alguno. Oficios que también serán precarios, pero que al menos pueden ser una salida mejor que la construcción y que una licenciatura frustrante. ¿Pagarán justos por pecadores? Como siempre. Se trata, entre otras cosas, de una privatización del pensamiento. 

Bajo estas condiciones estructurales, el espectáculo diario ha creado a un Wert para que diga estas cosas y a un Cantó para que diga otras. Para distraernos, para ponerle caras a la frustración. Yo qué sé.

¿Alternativas? Por supuesto. Que se dirigieran inversiones públicas y privadas para crear zonas industriales, tecnológicas, de innovación... de eso que los ortodoxos denominan 'valor añadido'. Apoyo público, crédito accesible y una política científico industrial concienciada de la necesidad de crear empleo de calidad y de contar con los recursos naturales como una riqueza limitada y no como una materia a partir de la cual obtener beneficios desorbitantes. Esta tendría que contar con fondos europeos y con una gestión verdaderamente profesionalizada, independiente tanto de la demagogia populista como de la influencia omnipresente del capital oligopólico. Con la vigilancia y la atención constante de ciudadanos concienciados y organizados en distintas asociaciones, asambleas y grupos de trabajo. Que algo tendríamos que hacer, ¿no?

Lamentablemente, vamos hacia lo contrario: España ahora mismo no vale nada y va a valer menos porque así se ha decidido desde un poco más arriba. Quienes gobiernan pasan por una etapa más de su trayectoria elitista y adoptan las decisiones como si estuvieran realizando un intercambio con el futuro: ahora vamos a salvar a España y, si hace falta, volveremos para hacerlo de nuevo o seguiremos desde los consejos de administración de las empresas que nos esperan.

En vez de energía solar, van a quedar solares en los que el cojo-manteca siga chillando contra el próximo ministro que se ría del público antes de que caiga el telón.

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