Los que ya vivís solos, en pareja, o habéis hecho de la convivencia con vuestros progenitores otro modo de socialización, al menos lo recordáis. Domingo, fatiga alcohólica o resaca, oscuridad y soledad, con el objeto de convertiros en una nueva persona pasado el necesario trámite temporal.
¿O acaso no encontrábais los domingos en vuestro cuarto vuestra mejor cueva? Aquella que podía estar a vuestra temperatura, con la cantidad de luz requerida y siempre dispuesta a ayudaros en lo que quisiérais.
Solo quedaba durante el día un obstáculo difícil y engorroso de salvar: la comida familiar, obligada en domingo y la más difícil de la semana.
Pero esta pasaba y os permitía ese rato en soledad para reponeros y volver a ser personas civilizadas y sociales.
He pasado buena parte de la tarde en una cueva y he recordado mis ratos de adolescencia avanzada y de mi aposento-panacea.
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