viernes, 28 de agosto de 2009

La angustiosa prisión social en la que nos ha tocado vivir (y otros cuentos)

Decía Jean Luc Godard en una de sus densísimas reflexiones que "el lenguaje es la cárcel de los niños". Supongo que el cineasta se refería a la lengua o al idioma como código obligado de comunicación en que somos instruidos desde que estamos en condiciones para ello.

Al aprender a decir "mesa", estamos haciendo algo más que sabiendo designar tal objeto: manifestamos físicamente lo que significa esta para nosotros. Y eso es algo que no puede ser neutro.


Lo que decía Godard no era una chorrada: acabamos de llegar al mundo -cosa que no se nos consultó previamente- y ya nos han impuesto una religión, un forma de vestir y, lo más importante, un modo de expresar lo que sucede dentro y fuera de uno. ¡Todo lo que ocurre en nuestra vida!


Es algo así como una manifestación del choque brutal del que hablaba Freud: el "Yo" contra el "Superego" social. Una batalla necesaria para que la sociedad no salte en pedazos, pero que transforma al alegre ser humano en un reducido animal social. Esto es, en un "ser humano".

De este modo, el hombre -o la mujer, señora Ministra- es concebido con pecado y antidemocráticamente (sin consulta previa) para un mundo que, de primeras, lo rechaza y le pone todo tipo de pegas -no te cagues, no te masturbes hacia allá...-. Le deniega lo placentero y, además, le impone deberes y obligaciones: no eres igual que los demás, tienes que sentir culpa, complejos, frío, optimismo...

Los más y los menos, crecemos neuróticos para conducir nuestra vida en función de lo que nos dicta el imperativo social. No somos más que una pieza de un ente "funcional" que lucha por perpetuarse. Para colmo, cuando más reprimido llega a estar uno, se da cuenta de que aquellos que más tienen (a base de robar) han conseguido, además, saltarse todas las prohibiciones: de ahí todas las marranadas achacables a los Berlusconi, Haider y compañía, que, paradójicamente, los acerca más a los bebés menos socializados y más salvajes. Estudiar dos carreras para esto...

No dibuja esta reflexión un panorama muy favorable para el futuro. Como el terrorismo está mal visto, tendremos que aguantarnos e intentar llevar el cabreo con filosofía. Marx y Freud tenían razón. Lo que nos resta es narcotizarnos, y para eso se inventó la Liga de Fútbol, los pasteles, la siesta y, por qué no, el Parlamento. Hasta la próxima y buen fin de semana.


*Me voy a Granada a hacer un examen para un título que ya no me sirve de nada, pues el Máster que me lo pedía se ha quedado "sin plazas" -pero con cuarenta euros míos-. Mi estado es de freudiana frustración aguda: siento sospechosas ganas de cagarme y mearme en público mientras lloro y hablo en idiomas desconocidos. Pero lo llevaré bien, tengo Los 40 Principales en el coche.

1 comentario:

Fet dijo...

¿Terrorismo o inacción? Tiene que haber alternativas.
Quizá para nosotros, estómagos malcriados en falsa abundancia, ya sea demasiado tarde, pero nuestros hijos o nietos tendrán lo que a nosotros nos faltó y pondrán las cosas en su sitio. Son menos tontos.