jueves, 27 de agosto de 2009

Un paseo largo

Vengo de ver gente paseando por Málaga.

Gente que puebla el Paseo Marítimo, y que no te deja pasar mientras corres.

Gente agolpada en Pedregalejo, porque está de moda, porque la playa, en esa zona, es más digna.

Gente que sale como de cuevas humanas cuando cruzas el arroyo y llegas a El Palo.

Das la vuelta -el cuerpo ya no puede más- y verás a la misma gente en tu retorno.

Niños que juegan al baloncesto, lindando con la desembocadura del Jabonero, sin saber que, con su actividad, se acercan cada vez más al curso escolar. Alguno está deseando ya llevar el uniforme.

Niños que, pasado el río, se hacen mayores y llevan a otro niño más pequeño en un cochecito.

¿Qué diferencia hay entre el que juega y el que cuida de otro? ¿Es el arroyo una frontera temporal que los ha transformado? ¿Es el mayor un niño que jugaba pero se dejó perder en el tiempo? ¿Es crecer una modalidad de conformismo?

Sigues acercándote a tu casa y la gente, las personas y los niños, comienzan a ser conocidos.

Caras que de repente se vuelven sonrientes hacia ti. El barrio, rostros que has visto durante toda tu vida, haciendo lo mismo que tú.

Sigues haciendo la ronda y ya saludas hasta a los que conociste en el pasado pero ya habías perdido el hábito de reconocer.

Sin darte cuenta, te has convertido en un pañuelo reseco solo por el sudor de tu esfuerzo.

Menos mal que tienes piscina, privilegios. Y en ella, ya no hay nadie. Ni sol, ni niños, ni día. Y es que ya es tarde.

En todos los sentidos.

Cuando acaba agosto, ya no es lo mismo bañarse de noche. Uno se puede resfriar, y entonces tendrá que pasar en casa varios días. Y no verá a la gente, ni a los niños, y se tendrá que imaginar los cochecitos.

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