jueves, 25 de marzo de 2010

Una generación, en cuestión (IV)

Ronald Reagan decretó que el Estado era el "problema". Desde entonces, incluso desde un poco antes, esta institución ha ido perdiendo fuerza. Los sociólogos posmodernos hablan de que, demostrados los fallos de la provisión pública, hemos ganado independencia e individualismo, y de que prácticamente disfrutamos solucionando los problemas por nuestros propios medios.

Probablemente los casi cinco millones de parados españoles no piensan hoy por hoy lo mismo. Y entre ellos hay muchos treintaañeros. Acabadas las ayudas, hay que volver a casa.

Esto nos lleva a tener que definir más o menos qué es una familia, y propongo que nos quedemos con lo siguiente por ahora: 'la familia, hasta ahora, había sido un coñazo'.

Es decir, que no la valorábamos.

Recreemos el caso de un adolescente (19 años) que almuerza, resacoso, ante sus padres, que lo observan mientras este trata de disimular su falta de apetito. Probablemente le pregunten sobre qué sitios visitó, en qué estado de ánimo y con quién pasó sus mejores momentos de la velada. El adolescente utilizará solo monosílabos, actitud propia del que sufre un interrogatorio policial. Y es que, efectivamente, la intención de sus padres no es inocua: claro que quieren saber, pero al mismo tiempo que preguntan, afirman implícitamente 'sabemos que bebiste, que frecuentaste pubs llenos de vagos y bebedores, que trataste de ligar con golfos/as y de que no nos vas a contar nada. Aun así estamos aquí, vivos, y seguiremos reafirmando nuestra posición'.

Por eso es absurdo y mentira cuando los padres denuncian falta de comunicación con sus hijos cuando estos están en la edad del pavo. La comunicación es nítida: ambas partes hablan un mismo lenguaje. El problema es que no hay un diálogo que busque llegar a acuerdos, sino que cada parte ladra y orina a su alrededor para marcar su territorio. Hemos de tener esto muy en cuenta para no caer en los tópicos propios de psicológos que deberían visitar al psicólogo.

A este adolescente no puedes hablarle de la función integradora de la familia, de la provisión de valores y conocimientos y de que es lo único que va a tener en la vida seguro en caso de que tenga mucha suerte. El adolescente, en este momento, da por hecha esta instancia y por tanto la cuestiona continuamente. En lo único que piensa es en volver al grupo de amigos y comentar la jugada de la noche, que normalmente, si se sale todos los fines de semana, habrá sido un auténtico coñazo. Pero deberíamos abundar más en esta cuestión de los adolescentes y los padres, y en cómo cuando somos más jóvenes no nos damos cuenta de lo que tenemos. Para ello dedicaremos una entada exclusiva con ejemplos.

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