sábado, 11 de septiembre de 2010

Desaparecido... (un intento de relato)


I.

Mi despertador corporal me sacó de la cama a la hora de siempre. El desayuno, lo de todos los días, pero más insípido. Me extrañó ver, mientras masticaba, a un señor que conversaba con mi esposa en nuestra mesa. Tomaba notas y vi que apuntaba mi nombre. No contestaron a mis preguntas a pesar de que yo era su principal tema de conversación.

Salí a comprar el periódico con la sensación de que me estaba perdiendo algo: un par de cámaras de televisión se colaron en casa antes de que pudiera cerrar la puerta.

No me sorprendió parecerme al tipo apocado que figuraba en algunos postes de la calle, bajo la leyenda de 'desaparecido': 'se busca señor apocado, encorvado y algo torpe, que salió de casa hace tres días y que no ha dado señales desde entonces...'

Después de leer los carteles, no me quedó claro si me buscaban a mí o si, más bien, trataban de encontrar a un hombre que, marchado yo, pudiera suplir mis funciones. Nadie me cobró los periódicos ni el café de esa mañana.

II.

Al volver a casa, mi esposa estaba sola, frente al televisor, sorbiendo mocos y musitando algunas palabras: decía que yo no iba a volver, que cuando me había marchado y lo que había dicho entonces iba totalmente en serio. Que no era como en otras ocasiones.

Sus lágrimas de hoy no eran tampoco las de las veces anteriores. Estaba preocupada, abatida, rota. No conseguí que mis manos consiguieran borrárselas de la cara: era como si yo no estuviese allí.

Después de mucho esperar, mi esposa sintonizó el canal en el que relataban mi búsqueda. Seguimos con intensidad esos momentos. Como en un partido de fútbol, ambos nos incorporamos hacia el televisor cuando el informativo mostró en pantalla los periódicos que había comprado hoy: estaba más cerca de lo que parecía, pero ¿por qué no me encontraban?

En un próximo avance se sabrían más cosas. Junto a los dos diarios, manchados de un café no remunerado, no había ni restos de ropa, ni de pelo, ni rastros de sangre. Estaba cerca pero todavía no había aparecido. Cogí la mano de mi mujer, deseando que el entuerto se solucionase lo antes posible. Poco a poco iba teniendo la certidumbre de que me jugaba algo más que mi vuelta o mi desaparición definitiva. ¿Quién acabaría marchándose de quién?

El informativo volvió una hora después, sabiéndose fiel a sus espectadores, para ofrecer la última del caso, que tenía pendiente al barrio entero: las pistas anteriores habían quedado invalidadas y todo indicaba que en una comisaría situada en la otra punta de la ciudad se encontraba bajo custodia un señor que parecía haber perdido la memoria durante cerca de sesenta horas.

La imagen en pantalla no ofrecía dudas: era yo, un poco despistado y conmocionado. Apreté con fuerza la mano de mi esposa, que se dispuso a llamar por teléfono, en una explosión de alivio mezclado con cierta confusión. Pude notar en tal momento un reflujo de sangre en mi cuerpo: el peligro parecía ahora más lejano.

¿Qué me había pasado? ¿Qué tenía que hacer para que todo volviese 'a la normalidad'? ¿Por qué me había marchado y por qué razón se había producido esta escisión?

Durante la tarde había podido apreciar que la idea de separarme de mi hogar y de mi pareja me aterraban. ¿Acaso habían escapado con mi doble esos sentimientos y creencias sobre la libertad y la necesidad de un espacio propio, quedándose conmigo las sensaciones más crudas e incómodas? ¿Dónde se encontraba toda esa valentía que destilaba antaño en cada uno de mis movimientos? ¿Por qué no volvía de una vez ese señor amnésico y pseudodetenido?

III.

No sé cuándo dejaremos de ser tres en la cama, pero la situación resulta por ahora un poco incómoda. Mi otra parte ya ha comenzado a hablarme y reconoce sus errores, pero también me requiere explicaciones, garantías: habrá que hacer algo con todos estos sentimientos e ideas tan inquietantes. Mi esposa... nuestra esposa, solo sabe de él y dice que sigue en sus trece, que teme una nueva huida.

No es fácil que dos mitades tan antagónicas se reconozcan una a la otra inmediatamente. Pero a los dos nos conviene. Sabemos lo que nos jugamos y terminaremos por llegar a un acuerdo. Pero, por el momento, nos quedan unos días en los que transitaremos por distintos parques y nos veremos solo para la cena. Por lo menos, a mí no me va a tocar fichar cada mañana. Es algo que no me piensa perdonar. Y la cama no da para tanta gente; siempre se queda fuera el que menos sale en la foto...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es bueno conocer tus dos mitades, suponiendo que sólo sean dos las partes que nos formen.

Edelmino Pagüero dijo...

Bueno, sí, es posible que lo de las dos mitades es seguir una construcción social. Supongo que hay muchas partes que constituyen al individuo. Un saludo.