viernes, 25 de marzo de 2011

Cosas raras que igual me he merecido...

Me pasan cosas raras, eso es cierto. Pero no es menos verdad que yo hago lo mío por que estas me sucedan. Una vez, en un piso que compartíamos tres chicos, uno de ellos se debió de cabrear bastante y me amenazó con una katana.

Sí, con una katana.

¿Hice yo algo por que me ocurriera aquello? Probablemente. Tener cara de pringao, poner al tipo a parir porque no limpiaba nunca y, sobre todo, lamentar y criticar en público que él estuviera plantando marihuana en el salón, el único sitio en el que yo podía estudiar dado lo pequeño de mi habitáculo, que ellos en un principio, cuando me dijeron "mira-que-piso-tan-chulo-vente-es-una-ganga", llamaron "cuarto".

Al odiar yo tal plantación clandestina, osé en una ocasión vertirle lejía, con la esperanza de que aquella forma de vida muriese de manera natural y lo suficientemente lenta. No funcionó. El desenlace fue mucho peor. Y yo no dejaba de ser, pasara lo que pasara, el principal sospechoso.

La novia del espadachín, o del samurái, la que se teñía el pelo de morado en nuestro lavabo (sin limpiarlo después) y llevaba un mes viviendo en la casa de manera gratuita, se sentía amenazaba: estaba loca y lo sabía; sabía que lo sabíamos.

Estoy seguro de que fue ella la que tiró por el suelo y destrozó las macetas aquel día que yo me fui a comer a un restaurante argentino con un ejemplar del libro "Conspiranoia", del periodista Enrique de Diego, recién comprado. Si es que yo las cosas me las busco solito...

La jornada no terminó ahí: en la redacción del periódico en el que yo trabajaba por entonces se dio la voz de alarma a las once de la noche y estuve hasta la una de la mañana porque Gallardón le había dicho a Rajoy que si no iba en las listas de segundo para las generales de 2008 se marcharía del PP.

El caso es que cuando llegué de vuelta al piso era muy tarde y allí estaba el tipo barriendo por primera vez en su vida probablemente y preguntándome si había sido yo. Debí haberle respondido: "¡Ojalá hubiera sido yo!" pero simplemente le dije "no" y me acosté. Y entonces me pasó una cosa que ahora mismo no voy a reflejar aquí y que no tiene nada que ver con el tipo ni con el conflicto en cuestión, pero que en el momento me hizo muy feliz y de lo que me acabo de dar cuenta ahora, precisamente ahora, cuando he perdido casi toda posibilidad de que aquella cosa se repita.

Termino. Volvemos al principio y a la katana. El tipo iba en calzoncillos -no sé qué me daba más miedo- y me apuntó con ella (con la espada) y al mismo tiempo aprovechó para tender la ropa (luego diría que él no me amenazó sino que fue a tender con la katana, cosas que se pueden oír por ahí pero que nadie graba) y a mí no se me ocurrió otra respuesta que irme a trabajar ocho horas para volver después y llevármelo todo a otro sitio lejos de aquella casa. Lo cual da lugar a la segunda parte de la historia y a otros cuentos más felices y otros no tanto que se cruzan entre sí y llegan hasta hoy. Cosas muy raras.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ains... me dejas con las ganas de la cosa que te hizo tan feliz...

Edelmino Pagüero dijo...

Bueno, ya te conté más o menos así que sabrás por dónde irá la cosa. Al final, no importa lo bizarra que sea la droga dura de la historia, que lo que cuenta es lo que no se dice :) Gracias.