viernes, 4 de marzo de 2011

Esperándote

Nada como ver pasar los minutos mientras llega una prueba, un examen. De esos que no te sabes tan bien como quisieras o como asumes que los demás quieren que te sepas. Los últimos momentos son de los menos productivos del año. Menos incluso que las ensoñaciones neuróticas. Menos que los rezos y los buenos propósitos de Nochevieja.

A cuarenta minutos del examen, las letras de los apuntes bailan ante ti y no se dejan atrapar. "¡No se me queda!" Menudo método de aprendizaje. Violencia institucionalizada. Parece como si el sufrimiento fuera la mejor llave de entrada al conocimiento. ¿Qué vamos a hacer después con esta enorme sabiduría englutida? Pocos guardaremos los esquemas y las chuletas legales de última hora para nuestra vida cotidiana o laboral.

Otro examen más y ya van muchos. De tal modo que la misma vida se ha convertido en un conjunto de evaluadores: cómo vas vestido, si tienes sobrepeso, calvicie, o cómo eres capaz de expresar tus sentimientos. Seguimos, a mi juicio, en una sociedad en la que se reduce todo a lo cuantitativo, por miedo a perdernos. Todo se ordena y se compara. Somos números. Del uno al diez, como en un examen, o bien del uno al cien, en las odiosas estadísticas.

Ya no sé quién espera a quién: si el examen a mí o yo a este. Será un ejercicio sin mucho provecho: demostrar que lo valgo para continuar en Gran Hermano. A lo mejor es que la realización de estas pruebas oculta que las hacemos durante casi todas las horas del día. Cada vez me hago más previsible: espero que lo que viene en diez minutos se me parezca un poco en ello.

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