martes, 28 de junio de 2011

¡Ni se te ocurra!

Mendigaba, con esos cuatro dientes. Y lo hacía de manera harto peculiar, porque rechazaba las monedas que aquellas señoras tan emperifolladas le ofrecían a la salida de misa. Cuando quise acercarme a él, confirmé que apestaba, pero no sabía muy bien a qué.

- Quiero rubias, pesetas... ¿dónde están mis rubias? ¿Eres tú el que tiene la llave del Banco de España?

De lo poco que pude comprender, el anciano precoz -no sumaría ni cuatro décadas de existencia- había pasado unos años antes por una mala racha. Se había endeudado sobremanera y su salario no le había permitido devolver ni siquiera el tipo de interés de lo que le habían prestado.

Lo intentó todo: vendió sus pertenencias, trabajó en distintos sitios para poder ahorrar algo de dinero... Cuando se le empezaban a caer los dientes de las enfermedades que el hambre comenzó a provocarle, se dio cuenta del tamaño de la deuda que le quedaba por pagar.

¡Tenía que devolver más dinero aún que al principio!

Loco de rabia a raíz de su descubrimiento, quien iba a convertirse en una alimaña pocos años después ojeó un par de libros en griego y tomó inmediatamente una decisión.

Salió al balcón y encendió una modesta hoguera. Un humo negro se apoderó de la terraza y de la de sus vecinos. De pronto, todo comenzó a oler a manos sudadas, a pieles de carteras podridas y a bolsillos húmedos. Los vecinos no sabían qué sucedía, pero tenían claro que lo que estaba ocurriendo les incumbía a todos.

No hubo salto al vacío después de la incineración. El humo terminó por marcharse y la claridad de la tarde dejó ver al deudor avanzando dos calles más allá de su casa, como si se hubiera quitado un peso de encima.

Pero, a pesar de que el individuo parecía caminar más tranquilo, una pesada sombra se aproximaba desde no mucha distancia. La vuelta de la esquina estaba cerca y no quedaba duda de que ambos se fundirían en un nuevo cuerpo; un organismo parecido al que me pedía pesetas en la esquina de la Iglesia, mientras balbuceaba torpemente esta historia.

- ¿Por qué te saliste del euro? ¿Y por qué lo hiciste tú solo?

- ¡Ni se te ocurra! -el grito alteró a algunos de los transeúntes que, tras santiguarse de rodillas, continuaron su peregrinación al templo.

No bien pude dejar de mirar a un señor que se había arrodillado en medio de un charco, comprobé que el anciano había huido sin dejar rastro.

Desde entonces, se cuentan ciertas leyendas de un esquelético anciano sin dientes que canturrea y dice cosas en un lenguaje horrible cuando la luz deja de iluminar la calle. "¡Europa está asaltada por los fantasmas, no miréis atrás!", y otras cosas por el estilo. Pero parece inofensivo, hasta para sí mismo.

Dicen que la gente tarda muchos años en tener razón y que si te adelantas, te pueden pasar cosas así. La crisis continúa y yo, más que la prima de riesgo, recuerdo aquellos cuatro dientes amarillentos y esa mirada de desidia de aquel anciano al que me podría haber encontrado perfectamente sacando dinero de un cajero, por ejemplo, del BBVA.

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