domingo, 2 de diciembre de 2012

La privatización de la realidad (V)

En realidad, resulta ingenuo calificar la etapa actual de privatizadora, pues la realidad siempre ha estado en gran medida en manos privadas.

Los murales de las Iglesias, portadores de la sabiduría de las Sagradas Escrituras, habían sido pintados por artistas al servicio de los señores de la fe, los autoproclamados ministros de Dios. Estos burócratas de la salvación fueron los guionistas de la Edad Media en Europa.

Cuando se inventó la imprenta se produjo una mayor competencia de mensajes y, como la gente aprendió a leer, los sacerdotes perdieron el monopolio de una realidad que les había favorecido durante mucho tiempo.

Pero, con la llegada de las transformaciones productivas, la industria y las ciudades, los mensajes se multiplicaron y la realidad se volvió muy ágil: aparecía en cualquier pared, en forma de anuncio. Se comía y bebía por quien pudiera permitírselo. Había nacido el ciudadano y con este la democracia moderna.

Pero no se dijo algo que también estaba sucediendo: el ciudadano nacía porque la industria requería de personas con una formación técnica para manipular las máquinas, para planificar, para seleccionar los mensajes comerciales. Las conquistas democráticas constituyeron un nuevo guión, esta vez burgués, para aceptar las innumerables horas de trabajo necesarias para poner en marcha la nueva maquinaria industrial.

Dos guerras fueron suficientes para que el sistema productivo mutara y permitiera a los ciudadanos tener sanidad, educación y pensiones gratuitas. Nuevas conquistas sociales que liberaron el consumo privado: lo que cubría lo público permitió a las clases más bajas gastarse el dinero en el cine y en un coche familiar. La televisión en casa rizaba el rizo: el individuo privatizado se hacía con el último artilugio para continuar recibiendo instrucciones del sistema.

La relación de este pasado con nuestro presente está bastante clara: las mareas protestatarias que llenan las calles no piden sino esa tele que ya no podemos permitirnos, ese coche confortable y esas vacaciones que nos correspondían por el hecho de ser personas.

Todo ese desarrollo sostenible, ese consumo alternativo continúan siendo consumo. No es probable que con estas actitudes veamos una salida radical al lento proceso que llevamos viviendo desde hace mucho tiempo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada vez que publicas una nueva entrada es en plan "que no sea nada nuevo, por favor". Me gusta cómo estás ahondando en este tema, o en este conjunto de temas unidos bajo el lema que da título a esta y a otras 4 entradas.
Si acaso me puedo mostrar en desacuerdo con algo (en parte) es con esto: "La televisión en casa rizaba el rizo: el individuo privatizado se hacía con el último artilugio para continuar recibiendo instrucciones del sistema" Creo que la tele ha cambiado mucho, y es cierto que ha empeorado a la vez que mejorado. Me refiero a que antes no, pero ahora muchos que son como tú o como yo han llegado a la tele: Bola de Cristal, algunos programas de La Sexta (tanto los críticos como el cine que a veces echan en La Sexta 3, con películas muy críticas con la misma televisión), etc.

Edelmino Pagüero dijo...

Sí, creo que el tono pesimista de lo que escribo me determina, en parte, a no admitir matices. Pero en realidad estoy de acuerdo totalmente con lo que dices: el mercado de ideas o de imágenes da lugar a productos que están bien y que son poco tóxicos.

La cosa es cómo incluir los aspectos positivos para dar lugar a una síntesis. A ver si con las siguientes entradas voy dando cabida a estas salidas porque, aunque por ahora no lo parezca, es un ensayo que tiene un final relativamente optimista.

Gracias por leerlo, de veras.