jueves, 28 de febrero de 2013

Mis locas aventuras francesas (I)

Cuando era pequeño, pero ya me aproximaba a eso que llaman la adolescencia, mi padre me sugirió, a su manera, que lo propio sería empezar a aprender francés. Dicha invitación fue un incentivo más que suficiente para hacer todo lo contrario: casi veinte años después, no he avanzado nada en el conocimiento de la lengua francesa.

¿Pasa algo?

Pues sí, en ocasiones. Sobre todo, cuando la camarera rubia del primer bar al que entras trata repetidamente de entablar conversación contigo y te da por imposible; cuando, entre balbuceos, pareces una presa más fácil de los vendedores, de las camareras de hotel, de los taxistas que se equivocan inexplicablemente en el camino... No hay nada como hablar el idioma del país en el que quieres pasar unos cuantos meses.

Habrá que aguzar el ingenio. Por lo pronto, puedo decir que Toulouse está atestada, infestada, llena de franceses y muchos menos chinos y chinas que en Ann Arbor-Michigan, como os conté el verano pasado. Por ahora no parecen muy aventureras, pero mi estancia y viajes por el país galo acaban de empezar...

... y ya estoy loco por dormirme.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando comer en un macdonal no consigue hacer mella en alguna parte recóndita donde se halla la creatividad del escritor y consigue captar la atención del lector desde la primera palabra del párrafo a la última debe ser porque igual no es tan nociva para la salud humana, a la pública en cambio le debe traer sin cuidado ya se deteriora ella con ayuda de otro tipo de payasos menos gentiles que los de la gran multinacional y sin embargo igual de glotones...