martes, 29 de octubre de 2013

La recuperación ya está aquí. La de todos

Los medios de comunicación hicieron la semana pasada todo un canto al optimismo empresarial y financiero: iniciativas innovadoras que salen de todas partes, flujos de capital internacional adquiriendo participaciones en importantes empresas españolas, cifras de paro que retroceden tímidamente... La conclusión que se podía extraer era la de la llegada de un cambio de ciclo, del principio del final de la "crisis".

El lenguaje de los medios de comunicación, que nosotros reproducimos en nuestras conversaciones cotidianas, espontáneas, es el hilo conductor de la realidad que recreamos y en la que, en definitiva, vivimos de manera repetida. Ese mismo lenguaje que, en muchas ocasiones, dice mucho más y tiene más implicaciones de las que nosotros creemos, nos lleva ahora a otro episodio. Nos acercamos a una etapa en la que vamos a valorar más el trabajo y a contribuir a una producción verdaderamente competitiva en un entorno globalizado.

Las políticas y los programas de los principales partidos del Parlamento se orientarán en esa dirección: una administración eficiente de los recursos que considere, en primer lugar, el coste de los servicios que anteriormente dábamos por hechos: la sanidad, la educación, las pensiones y la protección laboral son gastos que reducen las posibilidades de crecer para seguir repartiendo.

Con este lenguaje plácido, de palabras tranquilizadoras, nos aproximamos a una sociedad conforme con la lenta recuperación que va a experimentarse: llegarán, por supuesto, puestos de trabajo. Estos van a ser aprovechados mejor que nunca; el carácter del trabajador vendrá marcado por una mayor disponibilidad y flexibilidad, orientadas a aportar el mayor valor añadido posible a nuestras empresas. Una adecuada administración de nuestros ahorros nos convertirá en menos dependientes de ayudas y subsidios y, por tanto, en más maduros en la gestión de los asuntos económicos. 

Las empresas van a conseguir grandes hitos. Los nuevos empresarios de sus vidas trabajarán de manera más consciente, rechazando los modelos insostenibles del pasado. Muchas entidades españolas serán un ejemplo mundial: nuevas tecnologías, trabajadores muy cualificados conectados en red, internacionalización, innovación...

¿No hay pegas a este discurso monocorde y aplastante? Las condiciones políticas las convertirán en reaccionarias: la pobreza, el paro, la desigualdad, no por ser evidentes, serán reales. Son costes lógicos de todo proceso de transformación productiva como en el que nos encontramos inmersos. Las desigualdades, la pobreza, el paro, paradójicamente, son buenos vehículos para su propia reducción progresiva. Las miserias de la sociedad, convertidas en armas competitivas, pueden ser también creadoras de riqueza.

Decía Orwell que, en 1984, la guerra era la paz. Se vivía en un mundo claustrofóbico en el que no se podía decir lo que se pensaba. Ahora, que podemos decir lo que se nos pasa por la cabeza (y cuando se dicen tantas tonterías por tantos canales), paradójicamente, no podemos pensar lo que quisiéramos: ya no es racional, no va con estos tiempos, no tiene sentido. La hegemonía es perfecta. Estos párrafos, en sí mismos, son un desvarío, un pasatiempo, una marca de un temperamento incorregible que necesitará de una reorientación para obtener un mayor bienestar. Las palabras matan.

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